martes, 31 de octubre de 2017

El Tiempo Transforma Todo

Alguien me dijo una vez que hay experiencias que son lindas de vivirlas, y otras que son lindas de recordar haberlas vivido.

Vayamos a un ejemplo.

En los viejos tiempos, cuando estudiaba en la facultad, trabajaba durante el día en una afamada(?) empresa de alarmas en Argentina. Eramos cinco técnicos electrónicos en un laboratorio de 4x4 metros. Dentro de ese recinto pequeño, teníamos una de esas estufitas a gas chiquitas y un ventilador de techo.
En verano, entre el tufo normal de cinco post adolescentes, el calor de los soldadores y la temperatura de un Buenos Aires salvaje, la pasábamos bastante mal. No se podía ir a trabajar en pantalón corto. El calor era infernal.
Lo que solíamos hacer era ir al baño, sacarnos la remera y empaparla totalmente en la canilla, estrujarla para que no chorrease, y luego de vuelta a ponérsela. Una vez que el ventilador te pegaba un poco, ese vientito parecía un aire antártico. Era un placer, parecías estar dentro de una heladera.

Hoy lo cuento así. Con diversión, cariño y hasta orgulloso de haber sobrevivido. Pero bien que puteábamos a diario en esa época. Especialmente porque en las oficinas de los grandes jefes había aire acondicionado, claro.

Estoy seguro de que en este momento se te ocurren muchas situaciones: cuando te dejó tu novio y te bajaste un pote de dulce de leche a cucharadas, o cuando vomitaste en el colectivo, o cuando la profesora de historia te hacía la vida imposible, o el baño del trabajo que siempre apestaba y no te quedaba otra que entrar. Mil cosas de este mundo maravilloso.

Pero el tiempo logra que curemos nuestra fea sensación. Lo que me llama la atención es que no se trata de memoria selectiva. Se trata de ver las cosas con otra óptica.
Ahora lo pensás, lo contás, y te cagás de risa. Hasta en ciertos casos te pavoneás. Como El Diego hablando del potrero o de los pibes que iban a lomo de burro al colegio y hoy brillan en la NASA.

Ahora que tengo aire acondicionado en la oficina, me permito mirar hacia atrás y recordar esa remera empapada con ternura y embellecer esa memoria diciendo que luego de tanto trecho, me ha llegado la recompensa. Que hoy puedo valorar mucho más el aire acondicionado que aquel que lo tiene desde el primer día. Puedo mirar el hecho de forma de sentirme afortunado de haberlo podido experimentar, para poder hoy, ser un poco más feliz que lo que se supone.

Perspectiva y no olvidar. Una buena fórmula para revestir nuestro presente y una vez más afirmar que ser feliz sea una decisión.



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