martes, 11 de julio de 2017

Otra de esas que no podés creer

Esas mañas que tiene la gente, ¿vió? A mi mujer se le dio que quiere una radio en la cocina para cuando prepara algo. Ese berretín de emular los recuerdos que tenemos de la infacia. ¿Quién no tenía una radio en la cocina en la que siempre hablaba Larrea, por ejemplo?
Y como para eso está el macho, complacerla, me dediqué a cumplir su deseo.
No conseguía muchas que sean normales, sin displays feos o cosas extras como teléfonos y demás, o que solamente anden a pilas, cosa inaceptable.
De repente en casa me acordé de la Repman.
Allá por 1990, cuando trabajaba en X-28, saqué el 4to puesto en el sorteo de la fiesta de fin de año y me gané una radio a enchufe(?) marca Repman. No de esas viejas que se imaginan. Una así:


Esa radio tuvo una larga carrera animando los mediodías de la empresa de alarmas de Villa Luro: la llevaba al comedor donde almorzábamos todos, prendíamos y arrancaba el concurso: yo iba girando el dial hasta que pintaba una canción, y lanzaba al aire un arbitrario: 5 puntos al intérprete y 7 al nombre de la canción! Y así era.
Los puntos realmente no se sumaban, pero nos divertíamos.
Luego esa Repman fue a casa y me acompañaba con Lanata en la Rock and Pop a las mañanas mientras desayunaba. Y finalmente vino a parar a Israel, a mi museo de aparatos electrónicos antiguos. Así que fui a rescatarla.
Mientras buscaba un cable de 220V pensaba en lo psicodélico de la situación de la radio, que durante años "habló" castellano y ahora la estaba por enchufar en un nuevo país. Claro, soy ingeniero y entiendo que la frecuencia es la misma y que después de todo lo que hacemos es modificar con el dial un capacitor variable adentro y con eso elegimos las estaciones. Pero por otro lado soy escritor y poeta(?) y me imagino la confusión de la radio, que ahora cuando le clavás la 99FM, en vez de tirarte un tema de Arjona, quizás se tiene que comer un Eyal Golán. Y sin aviso previo ni preparación, claro! Porque nadie le enseñó a hablar en hebreo a la pobrecita.
Encuentro un cable, la enchufo y prendo. Hace un ruido feo tipo GGGGGGGGHHHHH (y me imagino la mugre acumulada en el sintonizador mecánico!) así que giro lentamente a ver en dónde puedo enganchar una estación. Y la primera canción que suena es... ¡un tango en castellano!
La sacudí un poco para ver si se le había quedado atorado entre los transistores desde aquellos viejos años noventa o si se estaba rebelando como esos inmigrantes que se resisten a aprender el idioma en cuestión. Pensé que no me lo iba a acreer nadie y fui a buscar la cámara de fotos para filmarlo. Pero cuando vine, ya sonaba un tema en árabe.
Y así fue, su último adiós, melancólico como un tango. Ahora anda pronunciando las jotas y las erres todas raras, incluyendo su propio nombre, que ahora es Guepman. Ella también se terminó de ir.

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